El Pecadómetro



Hay de todo en la viña del Señor, ¿verdad?

En esta generación, hay dos tipos de personas: Están los No Juzguéiz, cuyo nombre se ha convertido en la punta de lanza de movimientos que han cambiado el status quo moral de la sociedad y que han hecho daño, quieran aceptarlo o no. Este grupito de personas basa sus discursos y decisiones de vida en base al vivir sin que nadie los juzgue. Pero en realidad, quiero hablar sobre el otro grupito de personas: aquellas que viven eternamente con una regla de medir religiosa, dogmática y moral, las cuales no se pueden equivocar jamás, y que cuando los demás lo hacen son los primeros en apuntar, señalar, medir, cuantificar, cualificar y valorizar el pecado en los demás. De esos hay muchos en todas partes, incluso en la Iglesia de Cristo. A ellos los llamo tasadores de pecado.

Estos tasadores de pecado les encanta escabullirse en las vidas de los demás, para poder ofrecer, según ellos consejos piadosos y bíblicos (a veces bienintencionados), con tal de poder ver más de cerca la vida de los demás y poder ofrecer juicios de valor sobre los demás y sobre ellos mismos. Estas personas aman el comparar pecados entre varias personas, y mucho más, compararse ellos mismos con personas que, por una razón u otra, tienen una vida mucho más difícil que la de ellos. Su propio corazón se convierte en un Pecadómetro. El pecadómetro es el instrumento que se utiliza para medir los niveles de pecado entre nosotros mismos, y no según la visión y la óptica de Dios. El pecadómetro programa la mente de los tasadores para levantar el dedo rápidamente a la hora de percibir problemas o dificultades en la vida de otros cristianos. El pecadómetro contiene un elemento justificador que hace que el tasador sienta su conciencia limpia con respecto a la suciedad e impiedad de su propio corazón, tomando en cuenta ciertos parámetros:

·      Aunque robe en mi trabajo, El pecadómetro me hace más limpio y puro que un homosexual.

·      Aunque sea infiel a mi esposa con mis ojos, pensamientos y comentarios, el pecadómetro me hace mejor cristiano que un adicto al porno.

·      Aunque sea desobediente a mis padres y los injurie, el pecadómetro me hace mejor persona que aquel hijo de padres divorciados con mal carácter.

·      Aunque tenga odio hacia los extranjeros a mi alrededor, e insulte y condene en mi corazón, el pecadómetro me hace más “santo” que un asesino condenado a prisión.

¿Realmente estamos prestando atención a estos comportamientos?  Apuesto que cada uno de nosotros hemos tasado el pecado en otros y en nosotros mismos. A la larga, es una acción que lleva a una peor condenación. Esta tendencia de valorizar lo que no nos toca valorizar, llena nuestro corazón de orgullo y soberbia. Nos hace pensar que por medio a nuestras obras humanas y a nuestro comportamiento podremos estar de pie delante de Dios, y de paso, humillar y confrontar a las demás personas que nos rodean, pavoneando nuestra falsa piedad como un pavo real.

Ese pecadómetro de nuestro corazón añade más pecado a nuestra cuenta.

A aquellos que se ven a sí mismos con poco pecado, y mucho mejor que otros, solo recuerda que luego del orgullo viene la caída. Recuerda que somos depravados desde la matriz, y que aquel que cree estar firme, que vele por su alma, porque puede caer en cualquier momento. La comparación de pecados y vida espiritual entre personas es el juego más tonto que podemos jugar, ya que ambos, en la presencia de Dios están igual de necesitados de la gracia que cualquier otro. Ante los ojos de Dios, las obras de ambos son trapos de inmundicia. Ante los ojos de Dios, son dignos de muerte ambos. Sin excepción. Tanto el auto-justificado como el pecador.

A aquellos que aplican el pecadómetro a ellos mismos: gracias a Dios que el valor del pecado que nosotros ponemos, no es el mismo que Dios le pone. De hecho, ¡el standard de Dios es muchísimo más grande! Más terrorífico, más aterrador. No nos imaginamos lo que realmente significa: La paga del pecado es muerte. Pero, al mismo tiempo, gracias a Dios que para Dios no existe pecado muy grande que El no pueda borrar. Según el libro de Hebreos, la sangre de Cristo ha perfeccionado a los santificados. La sangre de Cristo es el sello del pacto perfecto, derramada una vez y para siempre, designada por Dios mismo. Gracias a Dios porque El designó la manera ideal y perfecta de limpiarnos nuestros pecados y que, a los ojos de SU pecadómetro, estemos cubiertos de la santidad de Cristo.


Así que, olvídate de esa máquina vieja en tu corazón, ya obsoleta. Quita el orgullo de ti, y mírate en el espejo de tu pecado. Que puedas ver que tus luchas son las mismas de los demás, y que, por medio de Jesús, nuestra esperanza, podemos ser limpios ante Sus ojos.

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