Dios es bueno todo el tiempo, y todo el tiempo Dios es bueno


Este es un mundo problemático: la muerte, la enfermedad, el desempleo, la maldad en general invade nuestras vidas, y nos preguntamos si hay esperanzas. Nos enfocamos en nuestras vicisitudes, en nuestras derrotas, y nos quejamos. Y mucho. El ser humano es propenso a la queja, pero es mucho más propenso a querer huir del dolor, y eso no es malo en sí. Fuimos creados para vivir una vida sin dolor…Por eso nos vivimos preguntando: “Si Dios es bueno, por qué permite esto o lo otro?”. Estamos acostumbrados a la idea de un Dios bueno, misericordioso y clemente, y de hecho, los cristianos vivimos en la esperanza de una nueva vida sin dolor ni lágrimas.

A esto se suma nuestro orgullo y nuestro ego; esa sensación de sentirnos intocables, o incluso pensar que Dios no necesita estar guiando nuestro caminar. No hay nada más irritante que el hecho que se nos cambien los planes de improviso, o que se nos forze a hacer cosas que no queremos. Pensamos que si nuestras vidas no van de acuerdo a nuestro propio mapa de vida, Dios está siendo injusto para con nosotros.

Esas situaciones internas y externas que impactan nuestras vidas, son las que moldean nuestra forma de pensar con respecto a la misma soberanía de Dios sobre nosotros, y vivimos ajenos a la realidad de que si seguimos pensando así, podemos llegar a dudar incluso de la Bondad de Dios, de la Misericordia de Dios, del Amor de Dios para con nosotros. Vemos las situaciones de dolor, de desilución, de desengaño, de ira o de enfermedad como la excusa correcta para culpar a Dios y pretender saber cómo vivir nuestras vidas. Pero nos olvidamos que Dios es omnipotente. Dios es omnipresente. El sabe nuestro pasado, presente y futuro, y por lo tanto, como Dios y Padre que es, el sabe lo que es mejor para nosotros. Dios guía a sus ángeles par protegernos de todo mal (Heb.1), a veces de nosotros mismos. Olvidamos que si Él tiene la delicadeza de cuidar de las aves, El cuidará de nosotros con mucho más amor (Mat. 6:26), nos olvidamos que todas las cosas (y en griego, arameo y hebreo, todo significa TODO) obran para el bien de aquellos que aman a Dios (Rom. 8:24).

Nos olvidamos de las promesas inamovibles de Dios y nos volvemos ingratos. Nos volvemos tan ingratos como los israelitas recién liberados de Egipto. Nos volvemos tan ingratos como niños consentidos. La ingratitud es tan peligrosa, que puede matar el amor de Dios en nosotros, haciéndonos creer que merecemos más, que somos mejores de lo que pensamos que somos; haciéndonos pensar que podemos decidir mejor que Dios. Y eso es muy peligroso.

Es un pecado con el cual lidio mucho, por causa de mis muchas situaciones circunstanciales y mentales. Pero trato de nunca olvidar las cosas que Dios me ha dado: una familia saludable, un hogar unido, educación, una iglesia sana, hermanos que oran por mi, la capacidad de poder escribir este blog; pero lo más importante: que Dios me salvó del infierno, dándome a Cristo Jesús por mi. Y si no creo que eso es suficiente, pues tengo todas las razones para vivir amargado y sin esperanza; la manera como vive el mundo.

Por lo tanto volvamos de rodillas ante Dios y pidamos perdón por las veces que nos hemos creido la última Coca-Cola del desierto. Tenemos lo que tenemos por Su Misericordia y Gracia. Cada enfermedad, cada desempleo, cada ruptura amorosa, cada divorcio, cada muerte, cada engaño, cada traición: Dios sabe. Dios no es quien las causa, pero El sigue estando en control absoluto de cada una de ellas. Por eso, demos gracias en toda situación, porque hasta aquí nos ha traído el Señor.

Quiero acabar con una estrofa del himno: “Oh, Tu Fidelidad” que creo que resume muchas cosas de las que he querido decir:

Oh tu fidelidad,..oh tu fidelidad
Cada momento la veo en mi
Nada me falta pues todo provees
Grande señor es tu fidelidad
Grande señor es tu fidelidad [1]

[1] Oh Tu Fidelidad, Chisholm, Thomas. Siglo XIX. Himno.

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