Moralidad o Santidad?



La santidad es uno de los atributos de Dios más reconocidos por toda la humanidad. La vemos inicialmente como un rechazo y odio completo hacia el pecado y el pecador (Sal 7:5). Es proclamada por los ángeles del cielo en todo momento (Is 6:3) y será proclamada por todos los escogidos de Dios frente a su Presencia en el cielo (Apc. 4:8). La Ley mosáica es un reflejo de esa santidad; mostrándonos la cantidad de rituales de limpieza de objetos, animales y personas que en ella hay. La santidad de Dios es tan grande, que aún nuestras más perfectas obras (incluso de acuerdo con el estándar de Dios) no son más que trapos de inmundicia delante de El (Is. 64:6).

Dios es Santo (Santo, Santo) y nos mostró la inmensidad de su Santidad. Nos mostró lo difícil que es vivir en ella, llegar a ella. Tan así que, para mostrarnos lo que es vivir en santidad de primera mano, tuvo El que bajar al mundo, en la persona de Cristo para mostrarnos cómo se siente ser un humano, y vivir santamente delante de Dios. Cristo, siendo 100% Dios, fue 100% hombre, tentado en todo, pero sin pecado (Hb. 4:15).

Gracias a que Cristo nos mostró que es posible vivir en santidad en la tierra, hemos interiorizado un poco más el principio de buscar la santidad, sin la cual nadie verá a Dios (Hb. 12:14). La búsqueda de la santidad ha sido por siglos (y no solamente en el cristianismo, sino en la gran mayoría de las religiones del mundo) la mayor carrera espiritual que un ser humano halla podido correr. El hombre ha utilizado cada herramienta disponible, cada método creado, cada enseñanza humana o divina para guiárse a si mismo por este camino, y aún así muchos han llegado a perderse y caminar hacia el lado opuesto. El cristiano no es la excepción: La iglesia católica inventó muchas loqueras tratando de salvaguardar la santidad de sus fieles dedicados a Dios durante la Edad Media. La iglesia evangélica ha impuesto códigos a través de la historia, desde regular vestimenta hasta llegar al punto de mandar a "sembrar dinero" u ofrendas, para "ganar adeptos en el cielo". Los adventistas no comen carne para mantenerse "salvos". Todas estas cosas me hacen recordar a Frollo, el villano de la película El Jorobado de Notre Dame, el cual deseaba lujuriosamente a Esmeralda, la gitana, pero por causa de su posición, culpó completamente a Esmeralda por causa de su lujuria y por ende buscaba ejecutarla (Disney, esas no son películas para chicos... por favor). Otras religiones tienen otros métodos y prácticas tales como: permanecer célibes de por vida, vestimentas femeninas que cubren cuerpo y rostro, peregrinajes, ofrendas, largas oraciones, y muchas otras.

Todas estas cosas están muy bien, siempre que quieras vivir de una manera moralista (y un tanto pintoresca). De veras. Lo mejor que puedes hacer para vivir una vida socialmente moral e íntegra, es tratar de buscar la santidad de acuerdo a tu esfuerzo, tu propio entendimiento, y a base de ordenanzas religiosas (El mundo necesita más personas moralmente rectas e é integras que puedan cambiar la sociedad.) Es una práctica loable ante los ojos del mundo. Ahora: todas esas reglas y mandamientos no sirven de nada, si tu deseo es impresionar a Dios con tus obras, porque la santidad que procede de la religión no es la que nos permite ver a Dios cara a cara. Ser moralmente íntegros no nos hace cristianos, ni nos hace buenos delante de Dios. Una vida moral, con valores, no nos justifica ni nos limpia de nuestro pecado intrínseco en nosotros. No hay velo, ni ayuno, ni vigilia, ni restricción, ni comida que prohibas comer, ni vida pública o privada pulcra que cubra la cuota de Dios sobre nosotros.

Muchos cristianos viven de esta manera: se esfuerzan arduamente en obedecer los mandamientos de Dios con la misma intensidad que un judío desea obedecer la Torah.; muchos citan las Escrituras justificando sus acciones y se esfuerzan en cumplirla. Pero demuestran que no conocen el espíritu del mandamiento y mucho menos a Dios, cuando su corazón revela sus intenciones: Quieren los aplausos de los demás hermanos en la fe, y pretenden ganar "puntos" con Dios. Muchos de nosotros no hemos aprendido lo más importante de todo el asunto concerniente a la santidad, lo cual Hebreos 2:11 lo explica muy bien:

11 Por lo tanto, Jesús y los que él hace santos tienen el mismo Padre. (Hb. 2:11, NTV)

Jesús es quien nos hace santos ante Dios, no nuestras obras ni esfuerzos. No son nuestras técnicas. Jesús vivió una vida perfecta ante Dios y por medio de su sacrificio perfecto, nosotros somos capaces de vivir de la misma manera, gracias a la obra del Espíritu Santo. 

Recuerda cómo el pueblo de Israel fallaba a cada momento; por esa razón sacrificaban un cordero para expiación de sus pecados, y por causa del derramamiento de esa sangre, eran considerados limpios (santos). Ahora, El Cordero de Dios, El Cordero del Nuevo Pacto, ese mismo Cristo Jesús, fue sacrificado por nosotros, una vez y para siempre (Hb. 7:27). Jesús, por medio de su Sangre, nos hizo aptos para vivir una vida real de santidad, y su santidad es la que nos permite entonces vivir con un norte moral correcto, no solo en obras, sino también en motivación y corazón.

Desde Corinto hasta Roma, desde Galacia hasta Tesalónica, todos los creyentes recipientes de las cartas de Pablo fueron llamados SANTOS, sin importar los problemas, las luchas ni los pecados en los que pudieron estar metidos. Por causa de Cristo, fueron llamados SANTOS. Pasa por igual contigo y conmigo. Si pones tu confianza plena en que Jesús vivió una vida santa, murió para limpiarte de tus pecados y perdonarte, y que resucitó de los muertos para prepararte lugar junto a El, no hace falta que tengas un club de fans rezando en tu nombre, no hace falta beatificación ni hablar con el papa, no hace falta cubrirte hasta los juanetes ni dejar de comer bacon (tan rico). No hace falta orar 7 veces al día en ninguna dirección. No hace falta fatigarse para agradar a Dios... por medio de Cristo, el más pequeño de los creyentes es un santo delante de los ojos de nuestro Señor. 

El reto importante es, por supuesto: VIVIR EN SANTIDAD, PORQUE EL SANTO MURIÓ POR NOSOTROS. Ese siempre ha sido el punto; vivir en santidad, no para gana nada, sino por causa de lo que ya Cristo ganó por nosotros.

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