Hombre en llamas


Una experiencia relajante y tranquilizadora es ver como el fuego danza entre el empedrado de una fogata. Las llamas contenidas en ese cuadrilátero de madera y tierra cumplen la función de dar vida y calor, sin hacer daño a quienes las rodean. De la misma manera, una experiencia para nada relajante es la de un incendio: el oxígeno se acaba, los escombros alrededor anuncian que caerán al suelo causando más destrucción y las llamas arrasan TODO a su paso, sin contenerse. Al final, solo queda humo, cenizas, y material inservible.

El fuego es la mejor alegoría que podemos tomar para definir la sexualidad humana. Esos deseos naturales que Dios puso en nosotros son tan poderosos como el fuego; contenido, puede dar vida y calor. Suelto y libre, puede crear más daño que bien (Oh wow, estoy sonando como Rob Bell).

Todos somos recipientes de esa llama llamada eros en nuestro ser, pero muchos de nosotros hemos tomado decisiones con respecto a esa llama: muchos de nosotros nunca le hemos puesto control ni límites, y la hemos alimentado de cualquier tipo de combustible (dígase: porno, fornicación, adulterio, nuestros ojos, etc) desde nuestra juventud; y otros, cuando se hacen conscientes de esa llama en ellos, al no haber sido correctamente educados con respecto a conocer esa llama dentro de ellos malinterpretan el significado de la llama y no la reconocen como buena, o en el peor de los casos, no saben cómo controlar esa llama que, en su tiempo y su naturaleza, desea crecer y alimentarse, de acuerdo al diseño de Dios.

Y aquí el problema: Tanto los primeros como los postreros, hombres y mujeres, nos hemos dejado llevar por las llamas y su deseo, sin pensar en cómo tratarla, cómo limitarla, ni en quién confiar esa llama para usarla de la manera correcta. De hecho, puedo decir que nuestras iglesias están llenas de hombres en llamas: personas que están abrumadas por la presión que la carne, el mundo y el enemigo influye en sus vidas.

La iglesia, la sociedad, el internet, y todos nosotros que luchamos con ese síndrome, creemos tener contra-medidas para apagar o controlar o suprimir el fuego de una manera “correcta”. Algunas funcionan, por causa de la fuerza de voluntad de cada uno, pero a la larga, son medidas temporales y que olvidamos con el tiempo; que no funcionan ante los deseos y el pecado en nuestra carne. Algunas son superficiales y farisaicas, que presentan una imagen de falsa piedad pero no resuelven el problema. Otras… son meras ridiculeces. Es difícil tratar de controlar por nosotros mismos un deseo que nosotros mismos queremos satisfacer.

Gracias a Dios, el Señor no nos provee de pruebas que no podamos soportar (1 Cor. 10:13), y de la misma manera, nos ha provisto todo lo necesario para la vida y la piedad (2 Pedro 1:3). De hecho, Dios tiene palabras que dar con respecto a la cantidad de personas que siguen luchando con las llamas:

9 pero si no pueden controlarse, entonces deberían casarse. Es mejor casarse que arder de pasión.- (1ra. Corintios 7:9, NTV, énfasis agregado.)

Este verso habla de una realidad: el matrimonio es el límite puesto por Dios para las relaciones sexuales; el matrimonio es la fogata en la cual el fuego puede arder libremente, sin necesidad de quemar ni abrasar a nadie. Por lo tanto, a muchos hombres y mujeres en llamas, les convendría tomar medidas: buscar un cónyuge; no hay nada malo en buscar casarte, ya que es el medio de la gracia que Dios dispuso para lidiar con el deseo sexual.

Ahora, tenemos que ver el balance en todo: ¿es el matrimonio lo que nos separará del pecado sexual? No lo es. El matrimonio es un medio de gracia, pero no es la gracia en sí que nos libera y nos da la fuerza para decir que no a los impulsos de la carne. El Señor nos llama a vestirnos del nuevo hombre, dejando atrás los viejos deseos, y eso incluye el deseo de sacar el fuego del deseo sexual fuera de los límites establecidos . Lo único que puede apagar el fuego descontrolado es el amor y el enfoque en el Señor, el enfoque en la obediencia a Su palabra, y la provisión del Señor, a su tiempo.

Tenemos que reconocer el problema que impera en muchos jóvenes a nuestro alrededor. El deseo sexual está ahí, pero no es excusa para dar rienda suelta a satisfacerlo a nuestra manera. La sociedad y los medios nos han enseñado que debemos de ser honestos con nuestra sexualidad, que tenemos que experimentar, que el sexo es parte de nuestra identidad, por lo tanto el abrazarlo a temprana edad, con libertad y sin tabúes es lo correcto para conocernos a nosotros mismos y para llegar a ser seres integrales… o lo que sea que los psicólogos digan.

El sexo es importante para el ser humano. Es parte de nuestra psicología, de nuestro bienestar emocional y espiritual; y por eso, hay tantas voces que intentan colocarlo en alta estima como un aspecto humano “imprescindible”.  Sin embargo, el no dejarnos controlar por nuestros deseos habla mucho más a los demás: la identidad del cristiano no se encuentra en su virginidad o falta de ella, no se encuentra en su experiencia sexual antes o después del matrimonio. Se encuentra en el valor que tenemos como seres humanos creados a la imagen de Dios. Si. Dios creó el sexo, para nosotros… pero para mostrarnos lo que significa una relación con El. El nos quiere para sí, en una llama contenida en la gracia que El nos proveyó, para mostrar a los demás que Cristo es mucho más importante que el sexo. Cristo es nuestro extinguidor, y al mismo tiempo la yesca que enciende la llama del amor entre dos personas que se aman. Confiémos en Él, para controlar el fuego en nosotros.

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