Amiga Anónima: Amigos de todos, confidentes de nadie



Hola chicos, este es otro post de mi Amiga Anónima:

Desde que llegué al cristianismo he tenido un ideal de cómo debía ser la amistad entre los hermanos. Se supone que esa unión en Cristo debía ser más grande que cualquier amistad que uno haya tenido en la vida, pero entonces he dado con la realidad, es un ideal que se queda en ilusión cuando no se considera nuestra condición pecadora. Somos hermanos por la sangre de Cristo, pero no hemos elegido ser amigos, esta última decisión recae sobre nosotros. 

Las lecturas de las cartas de Juan fueron en un tiempo específico muy confrontadoras en cuanto al tema del amor, y las constantes frases de "unos a otros" a lo largo de Tesalonisenses, también la unión de la iglesia primitiva de la que se habla en Hechos. Mis expectativas llegaron alto. Por lo general no tengo problemas con hablar casi con cualquier persona, pero de ahí a entablar una relación constante y una conexión real es diferente, es cosa de unos pocos. Es cierto que no seremos super cercanos con todos, pero al menos las demás relaciones no tienen porqué ser  superficiales o fingidas. 

Y viene la crisis, cuando me doy cuenta que cuesta mantener amistades cuando la vida exige cada vez más de ti con respecto a los estudios, el trabajo, la familia, etc. Todo empieza a colapsar alrededor porque el tiempo consume y el corazón se enfría. Me preguntaba cómo era posible que algo que debía ser sencillo se tornaba tan difícil para mí. Me empecé a sentir sola, no por falta de personas buenas e importantes al rededor de mí, sino por mi propia desconfianza, ansiedad, falta de fe y de motivación para todo. 

Y en el desierto al que yo misma me había exiliado, producto del temor constante al abandono de las buenas amistades que he tenido y mis altas expectativas, colapsé, varias veces. Ya auto-exiliada y caminando por las arenas del desierto empecé a tener espejismos, que he tenido que combatir constantemente con la verdad, con la razón y así tratando de ganarle a la ansiedad. 

Toda voz alrededor simplemente parecía ruido de fondo, mis pensamientos me consumían. ¿Estoy realmente sola en esto? ¿Soy la única que se siente así? Obviamente no debía ser así, ni que fuera yo tan especial, sin embargo todo el cristiano que podía ver no parecía estar pasando por lo mismo, mucho menos entenderme. Empecé a compartir mis pensamientos con algunas personas, ese se constituyó en el primer puente de conexión: ser vulnerable ante los demás. Es un precio, una especie de sacrificio, sobretodo cuando eres super-sensible y prefieres resguardarte.  

De repente parecía que los más cercanos a mí sufrían del mismo mal, pero lo afrontaban de forma distinta y por fuera no se veía. Empecé a observar, para notar que no estábamos solos, y ya sin que algunos me lo dijeran me parecía notable esta situación en sus vidas. Patrones de comportamiento, miradas, sonrisas, palabras... todo por medio de la empatía podía filtrarlo a través de mí. ¡Que desalentador poder ver sin sentirse con fuerzas de hacer! No puedo yo conmigo, ¿qué puedo hacer por otro? 

Entonces he pensado si es que soy muy dramática, o a nadie le importa estar así o nadie tiene el valor de confrontarlo, o simplemente no saben como... 

Hablo en nombre de los nadie, hablo en nombre del miedo abrasador de ser vulnerable, de la desconfianza. 

El punto es que la realidad no se corresponde al ideal. Incluso las cosas que deberían ser sencillas precisan de sacrificios, ser vulnerables y persistentes y confiar en el Señor. Creo que ya hay muchas personas con buenas intenciones, hace falta la disposición. 

No tener expectativas. Tolerar. Amar como Cristo. Orar por ese amor, para ser capaces de tenerlo y mostrarlo. Aceptar la realidad y confrontarla con sabiduría. Entristecerse con las cosas que lo ameríten, gozarse también. Compartir, y por encima de todo sentimiento negativo... seguir. 

Se lee más fácil de lo que es. El papel lo aguanta todo, pero aunque sea algo grande, se puede empezar con poco. Este escrito es parte de mi comienzo.

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