No quiero ser sexy, quiero ser santo



Toda mi vida he sido atleta. He practicado varios deportes en los cuales le doy gracias a Dios por el talento que me dio en ellos. Correr 50 yardas a velocidad máxima, driblar y patear una pelota, nadar varios kilómetros en pocas horas, son bendiciones de las cuales estoy muy agradecido. Por causa de la práctica y la disciplina aprendí a cuidar mi cuerpo y he podido ver los frutos de huirle a una vida sedentaria.

Al crecer y al fin pasar de la adolescencia, pude ver cómo podía ponerme camisetas ajustadas al pecho y a los brazos y sentirme cómodo, al igual que los jeans. El ponerme pantalones cortos fue problemático para mi en un punto, a la hora de salir a la calle. ¡En la piscina me sentía Mitch Buchanan! En el gym invertía más tiempo en la sección de abdominales que en cualquier otra área. Me sentía bien, y por causa de las miradas y las sonrisas de las chicas, sabía que me veía bien. Gracias a esto, desarrollé un nuevo sistema de valor humano, basado en mi condición física, en el cual me aceptaba a mi mismo sólo si cumplía con ciertos requisitos de peso corporal y masa muscular. Llegué incluso a valorizar y a juzgar a las demás personas de la misma manera: "Si eres gord@ eres indisciplinado. Si eres flac@ puedes estar mejor. Si eres esto, eres lo otro", etc. Por causa de mi físico, podía acercarme a grupos sociales en los que antes no podía estar. Emocionalmente era aceptado por otras personas "influyentes". Era admirado por unos, deseado por otras, seguido por varios. Vivía todo lo que soñé en mi adolescencia. ¡Al fin!: para el mundo, era considerado sexy.

¿Y ahora qué?

Luego de dar tumbos en mi vida, conocí de Cristo Jesús y su obra en la Cruz para salvarme de mis pecados por medio de la fe en El, y por su misma Gracia comencé a seguirle. Dejé viejas prácticas atrás, el Señor comenzó a cambiar mi corazón y mi mente con respecto a muchas cosas... Pero seguía deseando vivir mi estilo de vida sexy y atractivo y por tanto lo arrastré conmigo. Comencé a juzgar a otros hermanos cristianos, burlándome de ellos con respecto a su peso y su forma de vestir. Desdeñé y rechacé a chicas piadosas y juiciosas simplemente porque no cumplían con "mis requisitos". Desprecié personas por sus decisiones de vida a la hora de comer, descansar o ejercitarse. Humillé y herí corazones directamente y sin misericordia. Seguí vistiendo ajustado y provocativo; se que por eso fui piedra de tropiezo para muchas personas. Seguí hablando, caminando, mirando, pensando de una manera muy específica: de la manera en la que el mundo consideraba cool, atractivo y llamativo, olvidando que esa manera de vivir era completamente opuesta a la vida que profesaba que vivía.

¿Y ahora qué?

He arrastrado ese modo de vida hasta hoy, y de buenas a primeras me he quedado solo. Solo, porque no puedo servir a dos señores; ya que mientras rechazaba a un grupo, el otro me rechazaba a mi por los nuevos valores que deseaba vivir. Por causa de ese pecado de sensualidad en mi carne, recaí en otros pecados peores. El Señor abrió mis ojos y me hizo ver que idolatro mi físico, mi personalidad, mi ropa. Idolatro lo sensual y atractivo del mundo y por eso permanezco amarrado a ello, corriendo como caballo desbocado en una espiral que desciende al infierno.

Ahora veo la situación claramente y puedo hacerme ciertas preguntas:

¿De qué me vale ser sexy y atractivo a los ojos del mundo?
¿De qué me vale que las mujeres me deseen?
¿De qué me vale que vista ajustado y hable con lenguaje "cool"?
¿De qué me vale mantener 6 cuadritos en mi abdomen?
¿De qué me vale ser el mejor atleta del planeta y cuidar mi cuerpo a la perfección?

¿De qué me vale ganar todo el mundo, si pierdo mi alma? (Mat. 16:26)

De ahora en adelante, ya no quiero ser sexy, quiero ser santo. Quiero ser santo, porque me ayudará a ver que el corazón es lo más importante en mi persona; cómo Cristo lo sigue cambiando con su Palabra. Quiero ser santo, porque así puedo amar sin condiciones ni complejos; podré amar a todos los que me rodean sin esperar nada a cambio. Quiero ser santo, porque así aprenderé que mi valor como persona no está en mis habilidades ni en mi atractivo físico. Quiero ser santo, porque así me concentraré en no pecar ni en hacer pecar a otros. Quiero ser santo, porque así podré servir a un Único Señor; el que me puede hacer santo y sin mancha para El.

Solo así podré ser verdaderamente feliz.


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